Lloraba en sueños, mamá me había retado. Primero me insultó y después me echó de casa. Yo era muy chico pero tenía el cuerpo de un adulto. No podía entender porqué me había gritado tanto, ni porqué estaba tan enojada. Esos sueños que se mantienen con imágenes vivídas durante varias horas del día siempre resultan agobiantes.
Ella me había gritado mucho, no sé si yo habría hecho algo malo. Sólo recuerdo que me insultaba, sus gritos retumbaban en mi cabeza; y me llenaba de ecos; sólo atinaba a taparme las orejas para que los gritos no llegaran a mis oídos. A lo mejor hubiese sido mejor que no me los tapara para que todos esos sonidos pudieran salir de mi cabeza.
Mamá me echaba de casa, y yo no sabía adónde podía ir. Era chico, ¿adónde va un niño cuando su mamá lo echa? ¿Porqué una madre echa a su hijo pequeño de su casa? No puede haber un motivo tan fuerte para que esas cosas sucedan.
No puedo superar el trance de escuchar a mi madre insultarme. No es posible que tantas frases soeces salieran de su boca dirigidas a mi. Una madre está para proteger, para cuidar nuestro sueño, para calmar nuestras ansiedades, y para resolver nuestras inquietudes.
Supongamos que es una madre fría, que no es una madre contenedora como la mía, igual te contiene aunque no te abraza, sus palabras lo hacen. Las frases que salen de su boca son amorosas, calman los miedos, disuelven les nervios que sentimos frente a una vacuna, y los miedos a la oscuridad.
Una madre calma, acaricia en diversas formas, no insulta.
Solamente quienes tienen ira pueden gritar sin importar que el destinatario de ese rencor sea un niño. Quienes no pueden con su vida arremeten contra los niños, por ser lo primero que encuentran.
Estoy en mi casa en Puerto Rico, mañana viajo a la India por trabajo. No puedo dormir, y tengo que madrugar. La noche se me cierra en la habitación, me invade un cielo negro. Prendo la luz. Mamá está en su casa en Buenos Aires. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si me llama para pedirme ayuda y yo estoy volando sobre el océano Atlántico? ¿Cómo regreso para ayudarla? ¿Qué debo hacer con esta vida nómade? Tengo cuarenta años y durante los últimos veinte viajé por el mundo quedándome tres meses en cada lugar. Londres, Bombay, MIami, Puerto Rico. No puedo superar ese temor del teléfono sonando para avisarme que a ella le pasó algo.
Los adultos nos llenamos de miedos quizás porque en nuestra infancia no nos dieron la calma para crecer seguros. Es posible que aquellos miedos sean las inseguridades de hoy. Tampoco se puede vivir de esa forma. Llamo a mi madre. Me dice que está bien, que la cuarentena la está pasando entretenida, que encontró una novela turca en Netflix que mira todos los días un rato largo mientras teje una manta para el hijo de mi hermano que acaba de nacer. Que todos los días hace un visita telefónica a alguna amiga. Que un vecino le hace los mandados, y que los medicamentos que le pedí por internet ya le llegaron.
Entonces ¿de qué me preocupo? No es necesario estar tan pendiente de ella. Tengo que asumir que tiene una vida propia y yo debo tener la mía.
Estoy llegando al aeropuerto, mi avión sale a Bombay en tres horas. Hago el check in, y mientras espero que me cobren el café, me pregunto porqué habrá sido que mamá me insultaba.