
El sábado fue un día de sol, en invierno. El cielo estuvo celeste, y el camino hasta la cárcel estaba despejado.
Quedamos en encontrarnos en el interior del predio, una vez que se pasaba la barrera de ingreso, y ya casi en la puerta de entrada de la Unidad. La del fondo que es la de mujeres, ya que la primera a la que se llega es de hombres.
Estacioné el auto, y me encontré con las otras voluntarias. Todas mujeres de distintas edades. Jóvenes de veintialgo, treinta y pico y otras más grandes. Nos presentamos y esperamos que llegue el director de la organización, Andrés.
Charlamos al solcito, hablamos de nuestras expectativas, cuando dobló en la esquina un auto con la música al palo que le brotaba por las ventanas. Era Andrés, que en la radio escuchaba un canción de María Elena Walsh. Es un día precioso, a alegrarse, dijo y se presentó a las chicas.
A través de la reja entregamos nuestros documentos de identidad a las guardias del servicio penitenciario, y nos permitieron el ingreso. Revisaron bolsos y mochilas, y nos dejaron entrar. Primero abrieron una reja de unos tres o cuatro metros de alto; luego una puerta maciza de chapa de la misma altura. El piso era irregular, de cemento viejo, y en el centro del espacio se ubicaba una fosa como las que hay en los talleres mecánicos. ¿Para qué serviría? ¿Para reparar los camiones de traslado? ¿Sería un antiguo taller? Preguntas sin respuesta.
Ya en el interior del predio caminamos al aire libre rumbo a la Carpintería. Andrés sacó el teléfono y empezó a filmar, dándonos la bienvenida a las nuevas voluntarias; y después subió el video al estado de whatsapp. Raro verse en ese lugar, del lado de adentro de la cárcel.
Sandra